sábado, 30 de mayo de 2009

Meta nomás con el humo




Esta semana, en Argentina la prensa siguió de cerca el estado de salud del popular cantante Sandro, quien debe ser sometido a un trasplante de corazón y pulmón por el enfisema que padece a causa del cigarrillo. La situación se complicó aún más, porque sufre de una infección urinaria que imposibilita la intervención quirúrgica. Trágico desenlace de una historia absurda, como la de todos los fumadores.
La verdad es que me siento un amargado escribiendo estas cosas, dando consejos como viejas regordetas en una verdulería, pero trato de rescatar algo de lo que me dejó ese maldito vicio para que sirva, al menos, para desahogarme y acelerar la desintoxicación de mi cuerpo y mente tras una década de llenarlos de humo.
Hasta hace cuatro años fumaba diariamente más de dos atados de tabaco rubio, aunque a veces lo alternaba con negro. Los distintos estados de ánimo fueron siempre una buena excusa para “fumarse un buen cigarro”.
“Nada mejor que fumarse un cigarrillo cuando uno está nervioso”, “una sequita después de comer es los más”, “el Marlboro no debe faltar en un día de aventuras” y cuando la noche pinta glamorosa lo indicado es un Parisiennes, el típico gusto francés.
Todo va bien los primeros años, hasta que comenzamos a notar que el humo se apodera de nuestras vidas, que nada es igual si no está acompañado de una bocanada tóxica, ni siquiera hacer el amor. Socialmente, vamos quedando excluidos, hasta que quedamos solos con ese cilindro nicotinoso y nos conformamos diciendo: “Vos sí que sos mi mejor amigo, el que me acompaña en todo momento”. Y no nos equivocamos cuando hacemos tal afirmación, puesto que seguramente estará en el momento de nuestra expiración.
Además del espantoso olor que emana el fumador (con el que podría pasar desapercibido en medio de una multitud de zorrinos) que sólo comenzamos a percibir cuando recuperamos el olfato, empezamos a sentir con los años dificultades para respirar, una tos “sin ton ni son”, fatiga, ansiedad, sofocones, un cierto grado de arritmia cardiaca, depresión y perdemos tanto peso, que quedamos flacos como perro de indio.
La desesperación del ahogamiento, el profundo dolor en el pecho, el hedor del cuerpo semidescompuesto, el amargo sabor de la nicotina brotando de la boca que tiene que soportar el fumador en su agonía es prácticamente nada, en comparación con la angustia de saber que deja este mundo a causa de su imbecilidad, con pena y sin gloria, en la tristeza de una fría e impersonal sala de hospital.

1 comentario:

  1. Gracias por los comentarios me gusta su blog... saludos desde Mexicali Mexico

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